El Derecho a la ciudad, definido por Henri Lefebvre en 1967 como el derecho de los habitantes urbanos a construir, decidir y crear la ciudad, y hacer de esta un espacio privilegiado de lucha anticapitalista, se encuentra de nuevo en el centro del debate político.
Lefebvre construye un planteamiento político para reivindicar la posibilidad de que la gente vuelva a ser dueña de la ciudad y quien dice CIUDAD, puede decir PUEBLO.

Lo que han hecho las administraciones neoliberales es institucionalizar y capitalizar el concepto de Derecho a la Ciudad, introduciendo términos como derechos sociales, sostenibilidad..., en los planes urbanos, legislaciones, etc., pero que solo existen en el papel, sin que eso tenga una traslación a la realidad, sin que haya un mínimo esfuerzo por construir un urbanismo que se adapte a las personas y al medio y no que sean las personas y el medio las que se adapten a él. Desde un punto de vista cortoplacista y carente de planificación. Asumiendo que las ciudades y pueblos están hechas de hormigón, que son espacios muertos, cuando la realidad es que las ciudades y pueblos están hechas de personas, de contradicciones, de otros seres vivos que habitan con nosotras, en definitiva, que son espacios vivos.
Las decisiones con respecto a los espacios urbanos deberían ser colectivas, democráticas y multidisciplinares. Si habitamos un lugar,
¿Por qué no podemos decidir cómo se configura ese lugar?
¿Por qué no podemos decidir a qué damos prioridad en el espacio urbano?
¿Por qué no podemos ver nuestras necesidades colectivas cubiertas?
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