Este era el lema de la manifestación organizada por el movimiento 15-M que recorrió las calles de Madrid el 24 de julio. Se cerraban así las marchas que habían iniciado su camino hace un mes en distintos puntos del país, para converger en la capital del Estado, llenar sus calles y mostrar una vez más el rechazo profundo que les provoca lo que está ocurriendo. 535 personas, tras caminar 25 kilómetros diarios, con el apoyo de la gente de los pueblos y ciudades por los que pasaban, completaron así su largo viaje.
No se puede negar que el movimiento 15-M está empezando a mostrar una gran capacidad de organización y apunta a que no están dispuestos a desaparecer tras una espléndida explosión de indignación y cólera. Ha venido para quedarse durante un largo tiempo, buscando novedosas e imaginativas formas de organización y movilización. Pocas organizaciones —yo diría más bien que ninguna— son capaces de convocar a 35.700 personas en la tarde de un domingo de julio en Madrid, en medio de un puente que provoca un auténtico éxodo de la población.
Una vez más parece que aciertan con los lemas que eligen: claros, contundentes y precisos. Tienen razón: no nos encontramos ante una crisis más de las muchas crisis cíclicas que han acompañado al modo de producción capitalista casi desde sus orígenes. Parece más bien que nos encontramos ante un sistema que está atravesando una crisis profunda del propio sistema, que no va a solucionarse con pequeñas reformas o retoques. Casi tres años después de comenzar el descalabro actual, las cosas están muy lejos de estar resueltas incluso en aquellos países que, como Alemania, presumen de estar en buenas condiciones.
Algunos autores, como el añorado Ramón Fernández Durán, consideran que estamos ante las primeras muestras de un proceso que desembocará en un auténtico colapso del sistema, incapaz ya de resolver sus propias contradicciones. Otros, entre los que me encuentro, piensan que se está produciendo una auténtica reestructuración del poder global, con una lucha desaforada por mantener o ganar privilegios por parte de las élites en el poder y con un acentuado desprecio por las exigencias de la democracia, en especial de la democracia social de derecho. La crisis es especialmente dura en el Norte que había llevado la voz cantante durante los dos últimos siglos, pero la situación es muy distinta en algunos países emergentes en los que el sistema parece estar funcionando bastante bien, sobre todo para sus élites.
Está claro que la crisis está azotando duramente a los sectores más vulnerables de la población del planeta: los trabajadores del “Norte” ven cómo se disuelven como azucarillos en aguardiente conquistas importantes del Estado social y cómo crecen las desigualdades y disminuye la clase media; la población de África Oriental es víctima directa de la subida de los precios de los alimentos, de las guerras por el control del petróleo y de la especulación con sus tierras, por lo que se precipitan en una nueva hambruna mortífera. Y está claro también que todo parece indicar que la élite dominante está logrando, por el momento, preservar su situación de privilegio, incluso mejora sus posiciones.
Aciertan también las personas que participan en el movimiento 15-M en las consignas básicas que animan sus movilizaciones, aglutinando a un amplio sector de la población que también está profundamente indignada con lo que ocurre. Algunas de las escuchadas el 24, ya casi clásicas en sus intervenciones, son también muy afortunadas: «Parados, moveos», «La banca, al banquillo» o «Dormíamos, despertamos». La primera y la última nos convocan a todos a la acción directa, a superar la resignación y la impotencia y recuperar el protagonismo social. La segunda apunta sin duda al corazón del problema: el capitalismo financiero que lleva dominando el mundo económico desde hace ya algunas décadas, arrasando con todo aquello que pone trabas a la codicia especulativa.
El recorrido por Madrid tuvo igualmente un marcado carácter simbólico. Primera parada: Ministerio de Sanidad, que se va a hacer cargo con bastante probabilidad de una reestructuración a la baja de la cobertura sanitaria pública, recurriendo al co-pago (mejor, re-pago) y otras imaginativas propuestas. Segunda parada: El Congreso de los Diputados, donde tiene su sede principal el poder político de una democracia representativa que parece abandonar a su suerte a la mayoría de la población a la que dice representar y parece también absolutamente incapaz de poner un freno a esa codicia de los mercados especulativos. Su desidia, o su impotencia, o su entrega, han tenido mucho que ver en la evolución negativa de la economía mundial y parece que persisten en sus errores.
La tercera parada fue la nueva sede del Ayuntamiento de Madrid, en la plaza de Cibeles, un exponente paradigmático del enfatuamiento de unos políticos que desatienden las tareas más importantes de una democracia real y despilfarran el dinero de todos en infraestructuras de dudosa rentabilidad social o en faraónicos edificios para albergar (y ocultar) su menguante poder político, dada su estrecha connivencia con los poderes fácticos que gobiernan el mundo. Es en el corazón del poder actual donde realizaron su cuarta parada: la sede del Banco Central de España, portavoz principal de los intereses del mundo de las finanzas y de los mercados, pero totalmente incapaz de embridar el poder de la banca para ponerlo al servicio de la ciudadanía.
Una movilización bien planteada que muestra la vitalidad del movimiento dos meses después de su comienzo. Las posteriores asambleas en Sol, el foro social que se está celebrando mientas escribo estas líneas, auguran una continuidad mayor de la esperada en un principio. Su propuesta sigue cargada de problemas y ambigüedades y va a tener que afrontar tensiones en el próximo futuro, en especial cuando se busque una estructura capaz de dar continuidad y estabilidad a la movilización.
Desgraciadamente, la crisis está lejos de superarse y, pasadas las elecciones municipales y de algunas comunidades, estamos teniendo la oportunidad ya de ver qué es lo que el PP tenía previsto en su agenda oculta: avanzar un poco más en el desmantelamiento del capital social y del Estado del bienestar. La indignación y la cólera pueden crecer entre la ciudadanía y resulta esperanzador observar que el Movimiento 15-M goza de buen salud. Veremos la capacidad que tienen las organizaciones de izquierda para consolidar esa ola de acción directa que se atreve a enfrentarse directamente con el sistema.
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