En 1995, la Policía impuso dos multas a un concejal del Ayuntamiento de Badajoz. La primera por acampar en el Paseo de San Francisco con la plataforma 0,7% y la segunda por protestar, megáfono en mano, contra la subida del precio del agua en pleno mercadillo pacense. Era Pedro Escobar. El político que tiene en sus manos la llave del Gobierno extremeño es un maestro al que adoran sus alumnos, se mantiene en forma a sus 60 años, habla tres idiomas, le cuesta mucho callarse lo que piensa y siempre va en sandalias. No es un político al uso. Al revés que la mayoría, el ejercicio del poder posiblemente es el aspecto que menos le guste. Solo así se entiende su faceta de 'político Guadiana', apareciendo y desapareciendo de la escena pública de forma continua. Incluso se comenta que es el coordinador regional de IU porque nadie más estuvo dispuesto a serlo después de la hecatombe electoral de 2007.
Pocos políticos hay más heterodoxos que él. Su afabilidad queda lejos del ascetismo ideológico de Santiago Pavón o de la férrea disciplina ideológica de Manuel Sosa. Precisamente, sus críticos -que también los tiene- le achacan que le falta firmeza para moverse en un ambiente tan cainita como la política. Es la cara amable de la izquierda. Tremendamente sociable y muy nervioso, no puede estarse quieto. Tiene una enorme facilidad para la empatía. Habla mucho y muy rápidamente. Demasiado, según algunas críticas que se han oído estas semanas.
Y siempre ha sido así, es la frase más repetida sobre su carácter. Él mismo se ha definido como un comunista de toda la vida. Comenzó en la clandestinidad y dentro de una familia de la misma ideología. Nació en Acedera, pero estudió en Badajoz y desde entonces reside en la ciudad. En sus comienzos vivió diez años en el extranjero. Luego volvió y recaló como maestro en El Progreso, donde coincidió con Moisés Cayetano, el que luego sería su compañero en Izquierda Unida.
«Era un profesor extraordinario, compenetrado con sus alumnos», recuerda Cayetano, que explica que en esa época trabajaban en los sindicatos para mejorar la situación de los docentes. En 1987 ambos entraron en el Ayuntamiento como concejales. «Tenía gran capacidad de trabajo y estaba volcado en la acción directa. Es un político de barrio y calle más que de despacho», asegura su excompañero de filas.
Por aquel entonces vivía en Valdepasillas, ahora reside en San Fernando. Sus vecinos recuerdan a un hombre muy extrovertido que no dudaba en jugar al fútbol con los chavales del barrio. Luego se montaba en la bicicleta y a su trabajo. En esa época llamaba mucho la atención ver a un concejal y además profesor, entonces de Los Glacis, recorriendo la ciudad sobre dos ruedas. Él defendía que era la forma más rápida de moverse entre sus dos empleos.
Sus alumnos tampoco le han olvidado. «Ha sido el mejor profesor que he tenido. Las únicas matemáticas que sé son gracias a él. Se quedaba después de clase a ayudarnos y siempre que le preguntabas, te atendía», recuerda una de ellas.
Era muy carismático en el aula. De hecho, una de las anécdotas que recuerdan muchos de sus pupilos es que, para explicar las divisiones, rompía un billete de mil pesetas. «Luego corríamos a la papelera para ver si era de verdad y lo era. Eso se nos ha quedado grabado».
En el 95 abandonó la política local. Posteriormente fue diputado provincial y durante muchos años desapareció de la primera fila y se centró en su faceta de docente. Ahora que tiene que centrarse en su papel de coordinador regional de IU, ha confesado que echa de menos las aulas y eso que hace solo unas semanas seguía dando clase. Ante la situación que está viviendo, sus compañeros aseguran que lo está pasando mal por la presión, pero destacan que es una bocanada de aire fresco como político. «Es una persona leal, honesta y se cree las cosas. No es un político al uso, pero eso es lo mejor», dice Manuel Sosa.
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